Los niños nacen sanos, al no ser que haya algo que demuestre que su salud no es óptima en el momento de su nacimiento, pero si no es así, están en equilibrio, abiertos y dispuestos a aprender del entorno que les rodea. El cerebro, que es el órgano de aprendizaje, está completamente activo, recibiendo y registrando cada cosa que sucede a su alrededor.

Partiendo de esta base, noto cierta impotencia cada vez que el número de niños que están siendo medicados, mal diagnosticados, etiquetados… crece y crece; simplemente por no responder como el medio (sea la escuela o la familia) lo espera. Con esta afirmación no estoy negando la necesidad de ayuda para algunos niños, pero me atrevo a decir que el tratamiento no es sólo para el niño sino también para todos los que lo rodean.

Me explico con un ejemplo: en el caso de los síntomas del TDHA (Trastorno Déficit Atención Hiperactividad) si nos paramos a pensar TODOS o CASI TODOS los niños al nacer serían hiperactivos ya que no tienen la capacidad de:

  • Pensar antes de actuar, es decir, son impulsivos.
  • Controlar sus conductas, es decir, tienen inquietud motora.
  • Mantener la atención suficiente sobre un objeto, es decir, déficit de atención.

¿Algo que es normal en las personas se quiere percibir como un trastorno?

Incluso algunos como padres podemos llegar a pensar que nuestro hijo pudo haber aprendido algo que haya alterado ese equilibrio interior y lo haya llegado a enfermar porque quizás sea muy duro reconocer nuestra parte de responsabilidad de lo que el niño es o hace ahora; quizás no queremos ser conscientes de que nuestro hijo ha estado estresado con la impaciencia y las prisas del mundo que le rodea junto con las horas delante de la pantalla… y quizás ahora se estén mostrando sus consecuencias.

Tampoco debemos de olvidarnos de la presión en la escuela por el éxito, o el miedo al fracaso al que están o han sido expuestos…

¿Y si su comportamiento está mostrándonos algo que no vemos?

Todas las experiencias que vivimos llegan al sistema nervioso, y alteran o contribuyen positivamente tanto a su desarrollo como a su crecimiento. La construcción de su mundo tanto emocional, como físico y espiritual está completamente influenciado por todo aquello que lo rodea, debemos tenerlo en cuenta.

 

Un punto importantísimo a destacar

La importancia de cómo un trabajo educativo en la familia puede ayudarles muchísimo haciendo que el tratamiento farmacológico no sea necesario.

Antes de recurrir a medicar a vuestro hijo, la alternativa más fiable es trabajar con vosotros, haciendo un entrenamiento en habilidades para que se ejerza bien la función educativa.

Es fundamental ayudar a los padres a detectar qué es lo que no funciona, y motivar al cambio y al aprendizaje de buenas prácticas educativas (la técnica del semáforo que enseño habitualmente tanto en consulta como en charlas que realizo funciona con buenos resultados).

Creo que con una educación basada en un control respetuoso y un amor incondicional tenemos la mejor prevención de cualquier problema psicológico, y si lo hacemos bien, los fármacos no son necesarios.

Cualquier problema psicológico infantil primero debe tratarse en casa con los padres ya que las habilidades que aprenden nuestros hijos en casa tarde o temprano las generalizan a otros contextos como el educativo. Por eso, poco puede hacer la escuela si los padres no ejercen bien sus funciones, ya que la escuela tiene la responsabilidad de generar un contexto donde se ejerza: un control respetuoso, equilibrando los espacios libres de normas con límites razonables y razonados, una atención centrada en el plano académico y emocional de los niños y niñas (cada vez más se introduce la asignatura de educación emocional dentro de las aulas, y me parece estupendo). Los niños y niñas deben sentirse entendidos y aceptados como son.

Espero que estas palabras os ayuden a que antes de etiquetar, sobre generalizar a vuestro hijo o de medicarlo que penséis cómo podéis ayudarle desde el amor y la comprensión.

 

 

 

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